Esta pequeña olla de barro naranja de Puebla, parcialmente coloreada en verde, pudo ser un utensilio doméstico, pues su diseño utilitario ha permanecido no obstante los cambios culturales. Sin embargo, el artesano modeló la efigie de un viejo melancólico y desdentado, con un aire de fragilidad acentuado por arrugas, una barba rala y una mirada a punto de apagarse. la figura que anima el barro no carece de humor. sin embargo, ha sido identificada como Huehuetéotl, viejo dios del fuego, muy antiguo y solemnemente venerado por las culturas del altiplano, entre otras de mesoamérica.
Una banda escamosa rodea la frente del viejo y termina en puntas bifurcadas. Es un atributo difícil de identificar. Quizá lo relacione con Cipactli, lagarto, que es el primer día del calendario y, por tanto, se trate de una alusión al origen del tiempo. Otra posibilidad es que sea una abstracción de la serpiente de dos cabezas, símbolo de la inmortalidad. Lo cierto es que esta imagen vincula al viejo dios del fuego con el agua y la tierra en una faceta distinta de su representación más frecuente, que lo concibe sentado y encorvado, soportando el peso de un brasero sobre su cabeza.
Huehuetéotl habitaba en el centro de los cuatro puntos cardinales, la quinta dirección. Era un dios ígneo que se encontraba en el punto de donde surge el fuego volcánico. Ahí también se erguía el eje que comunicaba los tres niveles cósmicos: el inframundo, la tierra y el cielo.
Los mexicas lo llamaron más tarde Xiuhtecuhtli, que quiere decir señor del Fuego, de la turquesa, de la hierba o el año, lo que explica la polivalencia del mito. Era el dios de la regeneración. En su honor se celebraba cada fin de ciclo indígena la ceremonia del fuego nuevo, para que el cosmos pudiera iniciar otra era. Pero como dios del año y la temporalidad humana también regía los ciclos agrícolas. El sistema de tumba, roza y quema se asocia con esta idea, pues «al quemar las hierbas del campo, el fuego ejercía su acción revitalizadora dando como resultado el surgimiento de las semillas desde el inframundo».
No sabemos de cierto si esta graciosa olla- efigie se utilizó para beber, para hacer una ofrenda o como objeto de ornato, pero a más de dos mil años de distancia nos permite reconocer la antiquísima maestría cerámica de esta región poblana, y sigue evocando el mito de que la tierra es un monstruo misterioso, en cuyo centro hay un viejo guardián que renueva la vida año tras año.