Este pequeño tríptico da la impresión de haber sido realizado como boceto para una pintura mural o tela de grandes dimensiones destinada a un edificio público. Se trata de una alegoría que reúne episodios emblemáticos de la conformación de nuestra nación en una escena donde los personajes de grupos contrarios asisten a la proclama de una fecha: 1810. La pintura no está datada, pero podemos conjeturar que fue concebida en torno al centenario de la Independencia, pues la representación se desenvuelve frente a la base de un monumento de corte neoclásico, con motivos alegóricos en cuatro direcciones, como la base de la columna del Ángel que desde esa época celebra la gesta libertadora de México.
Al centro aparece una personificación femenina de la Independencia –las aspiraciones políticas comúnmente eran representadas como mujeres: libertad, paz, patria, guerra–, que muestra un bando con la fecha; a su lado derecho, los caudillos de la Independencia: Hidalgo, Morelos y Vicente Guerrero; al lado izquierdo, las autoridades virreinales; abajo, sentada sobre uno de los basamentos, cubierta por un manto rojo y escribiendo en un volumen abierto sobre su regazo, la Historia.
En la hoja izquierda se representa a un joven guerrero mexica, con penacho de plumas de quetzal, orejeras y macana en la mano.
Atrás aparecen otros dos jóvenes, la mujer parece realizar un ritual con alguna sustancia aromática; la escena es dominada por la escultura de una diosa indígena. En la hoja derecha están los conquistadores, seguidos de un misionero franciscano que porta en alto una cruz. Al fondo se levanta un estandarte con la Virgen. El celaje superior tiene continuidad en las tres hojas, como si efectivamente los personajes se reunieran en una sola escena. Esta teatralización del sentido de la Independencia busca la integración de los hechos históricos que conformaron la nación: el pasado indígena, la Conquista, la institución virreinal y la guerra de Independencia, sin aludir a las confrontaciones del siglo XIX.
Leandro Izaguirre (1867-1941) regresó de una estancia de cuatro años en Europa y en 1906 se reincorporó como maestro de la Academia de San Carlos, donde se había formado. Gran parte de su obra la realizó por encargo; en ésta se advierte su atención a un ideario oficial en la solemnidad fríamente nacionalista y los personajes acartonados. En lo que se refiere al estilo, no obstante, puede destacarse la composición vertical, que rompe su monotonía gracias a la horizontalidad y la fragmentación de las escenas del formato de tríptico, así como un elegante sentido de ritualidad que tiene influencia del art decó.