Hernán Cortés trajo la caña de azúcar desde las Antillas a la región de Santiago de Tuxtla, Veracruz, donde en 1524 ya contaba con cañaverales. En 1528, a punto de salir a España, dejó instrucciones a su mayordomo para que terminara la casa donde habría de realizarse el procesamiento de la caña, señalando que faltaba un maestro carpintero, pero que ya contaba con «los colores», es decir, las calderas para cocer el aguamiel.
El cultivo de la caña requiere agua en forma constante, por lo que arraigó en las regiones tropicales, en las cañadas de ríos y en tierras donde podía garantizarse el riego. Pronto hubo haciendas azucareras en los valles de Cuernavaca, Atlixco y Colima, y luego el cultivo se extendió en otras direcciones.
Las haciendas se convirtieron en unidades agroindustriales con ganado y cultivo de caña, granos y hortalizas. El cuidado del ganado y la producción y procesamiento de la caña requerían mano de obra experimentada; para estas tareas se trajeron esclavos negros. No obstante, el precio del azúcar cayó hacia 1600 y muchas haciendas productoras de azúcar para exportación desaparecieron. A partir de 1730 hubo un repunte en la demanda y, por tanto, en la producción.
En el siglo XVIII se establecieron algunas misiones en la Sierra Gorda de Querétaro, y había cañaverales en las cañadas de esta región. El trapiche de madera que se muestra es rudimentario y relativamente pequeño, por lo que posiblemente era para una molienda de consumo local. El rodillo central tiene grabada una cruz de malta, distintivo de la Orden de la Merced. Es posible que perteneciera a una misión o convento queretano.
La maquinaria tiene una estética rústica y evoca un trabajo manual organizado. La armazón sostiene tres cilindros de tronco, engranados mediante dientes e incisiones labradas. El cilindro central tiene una cabeza por la que se introduce el palo que sirve para hacerlo girar y accionar los tres rodillos. Sobre esta pieza central debió estar un poste del que se suspendía un compás de maderos que podían hacer presión en el palo transversal, el cual en muchos casos era tirado por una bestia de carga. No obstante, por sus dimensiones, este molino parece haber operado con tracción humana.
La caña se introducía manualmente entre los rodillos. El jugo caía en una bandeja conectada con canales y se recogía en ollas o cazos para ser vaciado en la caldera. Cuando la melaza estaba a punto, se sometía a varios cambios de temperatura y luego era vaciada en pilones de barro, de donde salía el piloncillo. El bagazo de caña se dejaba secar al sol y servía para alimentar el fuego.