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San Cristóbal

Autor desconocido
Siglo XVIII
Madera estofada, tallada y policromada
106 x 51 x 47 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana

La tradición cuenta que Réprobo, un joven de gran estatura que vivió en Medio Oriente en el siglo III, quería servir al rey más poderoso del mundo. Después de pelear por un soberano y otro, conoció a un ermitaño que lo inició en el conocimiento de Cristo, el Señor del verdadero reino. Instruido en las formas de servirlo, decidió practicar la virtud de la caridad y se ofreció a transportar a todo el que quisiese cruzar un río.

Un día un niño pequeño le pidió que lo ayudara a cruzar y Réprobo lo cargó sobre su hombro. El niño pesaba cada vez más y el caudal del río se embravecía, pero apoyándose en una rama y en su gran fortaleza, Réprobo logró salir. El niño le reveló que llevaba el peso del mundo sobre sí. Le dio el nombre de Cristóforo –Cristóbal–, «portador de Cristo», y le anunció que a la hora de su martirio Él estaría a su lado. Como prueba, al día siguiente hizo florecer su bastón como una palma con innumerables frutos. Cristóbal partió a Licia, donde soportó terribles martirios antes de morir.

La leyenda fue divulgada en la Edad Media y propició la producción de imágenes y la dedicación de templos y nombres de personas y pueblos. Se veneraba al santo para pedirle una buena muerte, así como protección en los caminos o contra las inclemencias del clima. En México hay algunas pinturas de la etapa virreinal que lo muestran como un gigante que lleva a un niño sobre el hombro.

Este atributo es el que hace posible reconocer su identidad en la presente escultura. La relación de tamaños entre los personajes y los rasgos de joven fuerte y barbado corresponden a los de muchos otros santos, pero la ropa escasa se adapta a la leyenda.

En la efigie, la rama es una coa que parece tener superpuesta una punta de metal; el extremo superior termina en una cruz. Esto lleva a suponer que la pieza fue elaborada para el templo de una comunidad dedicada a la agricultura, y posiblemente para la devoción de quienes usaban tal herramienta en la siembra.

La escuela de escultura tallada, policromada y estofada fue muy productiva en la Nueva España. Varios oficios intervenían en el proceso. Las imágenes grandes, de bulto redondo, eran solicitadas para un nicho o repisa en un retablo, que estaría totalmente cubierto con hojas de oro. El imaginero era el maestro que tallaba el santo o dirigía el taller. En ocasiones se trabajaban por separado piezas como las manos y la cabeza, pues distintos oficiales se especializaban en ciertos tipos de talla. Luego se ensamblaban las partes.

La imagen pasaba entonces al taller de pintado y estofado. Ahí primero se le colocaba una capa de yeso, para tapar poros y emparejar la pieza. Enseguida se le ponía una mezcla de arena rojiza con aglutinante, que servía como adherente y base para la hoja de oro. Una vez cubierta de oro la superficie que correspondía a tapices y ropas, se procedía a pintarla con colores que correspondían a los atributos del personaje o escena.

Finalmente se trabajaba con diferentes tipos de punzones y cinceles para rayar y puntear la pintura, de forma que el oro quedara al descubierto, representando la riqueza de brocados y bordados. En nuestro san Cristóbal, puede verse también el cincelado de pequeños círculos uniformes, que da textura a las superficies doradas.

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