Desde una oficina en la planta alta del Palacio Nacional, junto a la ventana por la que se vislumbra el cielo vespertino del valle de México y un ángulo de la catedral, el jefe de Estado nos mira próspero y aparentemente confiado. Una mano reposa en el bolsillo; la otra sobre la mesa, apoyándose en el documento que ha determinado su ilustre posición: el Plan de Ayutla. Se trata de Ignacio Comonfort, presidente de México de diciembre de 1855 al mismo mes de 1857, un personaje de tragicomedia en la historia política del país: quiso obrar bien y tomar las decisiones correctas; dudó, y su indefinición provocó los males que quiso evitar.
Aunque convencional, el retrato es magnífico, como magnífica es la actitud del hombre que ha alcanzado el pináculo de su carrera.
Ignacio Comonfort (1812-1863) nació en Puebla, en una familia de hacendados. Hábil en la administración pública y privada, y audaz como jefe militar, se distinguió en la guerra contra la Intervención norteamericana; ocupó una curul en el Congreso (1847-1851) y, junto con Juan Álvarez, promulgó el Plan de Ayutla, que los llevaría a derrocar a Santa Anna de manera definitiva.
Al triunfo de la revolución, Álvarez asumió la presidencia interina, pero pronto la dejó en sus manos.
Hombre conciliador, Comonfort integró un gabinete mixto, de liberales y conservadores, que no logró poner de acuerdo. En 1856 se promulgó la ley de desamortización de los bienes de manos muertas, con el fin de poner en circulación las propiedades de corporaciones como el clero, las cofradías y las comunidades indígenas, entre otras, lo cual generó rebeliones y fue el preludio de la guerra de Reforma. Conforme al plan, impulsó la creación de la nueva Constitución, que se promulgó el 5 de febrero de 1857, ante la oposición del clero y muchos ciudadanos. la jerarquía eclesiástica amenazó con la excomunión a quienes la juraran.
El primero de diciembre de ese año –en calidad de presidente electo–, Comonfort inició su periodo presidencial, pero en un acto de desconocimiento de los principios liberales que él mismo había promovido, el día 17 se unió a la sublevación del Plan de Tacubaya, que se levantaba contra la Constitución firmada unos meses antes. Semanas después intentó volver atrás, pero había perdido todo el apoyo y tuvo que salir al destierro.
En 1863 se unió a Juárez para participar en la lucha contra la Intervención francesa. Ese mismo año fue herido en una emboscada, muriendo pocas horas más tarde.