En la sociedad virreinal, los retratos muestran personas en los que las galas del ropaje y el entorno son signo de una dignidad sustentada en el patrimonio familiar y la nobleza, siempre ligados a sustentar sus lazos directos con la península española en garantía de su derecho a la más alta posición dentro del sistema de castas.

Esta dama española aparece de medio cuerpo y su silueta llena la tela. La línea de la cabeza peinada en caireles, el cuello y los hombros apenas cubiertos por un escote oval se recortan contra un fondo oscuro. La joven está levemente girada para destacar el atuendo y dar volumen a la figura. Parece muy cercana al espectador, pero la expresión distante señala la alta jerarquía de la retratada.

La calidad del retrato, que sigue la escuela manierista italiana, es notable en la cara, punto luminoso de la tela, y en el fausto del atavío. El vestido es de grueso terciopelo color borgoña, con bordado de flores rojas. De acuerdo con los usos de la época –finales del siglo XVII o principios del XVIII–, el escote tiene un breve festón blanco. Las mangas se abren en el antebrazo y dejan visibles los amplios volantes bordados. De la cintura estrecha salen los pliegues de una falda amplia, posiblemente para montarse en una crinolina o guardainfante.

Oro y gemas aderezan la diadema, los aretes, la cruz que pende del cuello, un gran broche en el pecho y anillos en ambas manos. Los brazaletes y gargantilla de hilos de perlas son característicos de las mujeres retratadas de la Nueva España.

La mano derecha sostiene un libro que tiene un broche de cierre, dejando un dedo entre las páginas. La izquierda toma delicadamente una flor, evidente artificio que permite al artista aligerar el peso de la composición y captar un gesto gracioso de la mano.

En la esquina superior izquierda puede verse el escudo de armas de la familia. Un escudo antiguo; el campo de palos proviene de la bandera de Aragón.