Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, nosotros lo admiramos. Con esta lamentosa y triste suerte nos vimos angustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros.
Fragmento de los Cantares Mexicanos sobre la Conquista. Versión traducida del náhuatl por Ángel María Garibay.
Federico Cantú
Federico Cantú (1908-1989), originario de Cadereyta, Nuevo León, tuvo una formación artística muy amplia. En 1922 estudió en la Escuela al Aire Libre de Coyoacán, dirigida por Alfredo Ramos Martínez, y posteriormente estuvo en Europa, donde convivió con artistas fundamentales de las vanguardias. Sin embargo, su estilo se caracteriza por un dibujo académico de figuras humanas alargadas y de animales. Combina mitos clásicos y temas bíblicos con un simbolismo modernista y, en ocasiones, la densidad de sus composiciones y las expresiones corporales, o bien las reminiscencias cubistas y expresionistas, crean un efecto delirante.
Al incursionar en la tendencia del muralismo durante los años cincuenta, Cantú emprendió la narración de temas históricos. El mural de la conquista fue creado para un muro de la casa de Benito Coquet, funcionario público que era buen conocedor de su obra plástica y que, cuando asumió la dirección del Instituto Mexicano del Seguro Social, en 1958, lo invitó a realizar la escultura que es el símbolo de la institución, una madre que amamanta a su bebé bajo la protección del águila nacional (1960).
El 13 de agosto de 1521 Tenochtitlan cayó tras el largo asedio de algunos cientos de españoles y millares de aliados indígenas de pueblos tributarios de los mexicas. Sin agua y abastecimiento, los pobladores hambrientos rindieron la ciudad quemada, destruida y saqueada en diversos sitios. Con la captura de Cuauhtémoc, la Conquista quedó consumada y se inició el dominio español.
En este mural, Federico Cantú se centra en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo y recurre a símbolos para ilustrar la agresión y la imposición de la cultura de los conquistadores. En lo alto, la representación de la guerra como una deidad femenina entra en la escena como un celaje oscuro. En primer plano, los perros de fauces desgarradoras, uno de los horrores recién descubiertos por los indígenas, aluden a la cacería humana, en tanto el caballo y las armas de hierro se imponen en el combate. En el extremo izquierdo arde un templo y hacia la derecha ruedan las cabezas de piedra de los dioses. Un misionero alza la cruz y el derrotado inclina la cabeza hacia el suelo.
El mural de La Conquista fue creado en paralelo con el de La Caída de Troya, obra de dimensiones similares que actualmente se encuentra en la Pinacoteca de Nuevo León, dentro del antiguo Colegio Civil de Monterrey. Ambas se unían en el dintel de una puerta de dos hojas, por lo que las telas están recortadas para adaptarse al marco de aquéllas.
La equiparación de la derrota de dos grandes civilizaciones hace evidentes las aspiraciones del nacionalismo posrevolucionario. Con el mismo espíritu de los intelectuales formados en el Ateneo de la Juventud, Cantú busca enaltecer la identidad nacional de México comparando el dramático pasaje de nuestra historia con una de las grandes epopeyas de la antigüedad griega. La diosa de la guerra del mural representa la dimensión divina en la acción humana a la manera de La Ilíada, y los cuerpos de los indígenas responden al ideal clásico europeo.