Mucha de la antigua sabiduría y la visión del mundo de los pueblos indígenas se desvaneció en la época colonial con el proceso de evangelización y la destrucción de numerosos códices. Sin embargo, esos documentos no eran el único soporte en donde los pueblos escribían su historia y sus saberes. En las prendas, las mujeres preservaron símbolos, imágenes, relatos y conceptos heredados del mundo prehispánico. Asimismo, incorporaron en la iconografía elementos del arte europeo renacentista y barroco.

Algunos tejidos contienen representaciones del paisaje, la flora y la fauna locales, o bien, de criaturas fantásticas. En otros, los diseños describen la vida cotidiana y ceremonial; relatan los mitos acerca del origen del universo y sus habitantes, o retratan a deidades y seres sagrados. Prendas como el huipil chinanteco de San Felipe Usila aluden a las energías vitales de la mujer, mientras que en el enredo totonaco se plasman figuras como el poste para la danza del Volador y el río del inframundo por donde cruzan las almas.

El textil en sí mismo se concibe como una representación a escala del cosmos y por lo tanto como una unidad cerrada; por eso los lienzos pueden unirse para formar prendas más amplias, pero nunca cortarse. Esta noción se revela magistralmente en la iconografía de ciertas prendas ceremoniales: los diseños del huipil tsotsil de Magdalenas conforman un complejo mapa cósmico que se remonta al antiguo pensamiento maya, en tanto que los quechquémeles de la Sierra Norte de Puebla contienen alusiones al calendario, a los flujos de energía entre las regiones del universo y al árbol florido que sostiene el cielo.

En su complejidad tecnológica y riqueza artística, los textiles indígenas son un patrimonio invaluable que mantiene viva la más auténtica memoria de México.