Introducción
La ciudad de Teotihuacán, fue una de las mayores urbes que existieron entre los años 200 a. C. y el 700 d. C. Se localiza en el actual Estado de México. Su nombre es de origen náhuatl y significa “Lugar donde los hombres se convierten en dioses”. Los mexicas encontraron esta ciudad cuando ya estaba deshabitada y no se tenía mayor conocimiento de sus pobladores.
Los descubrimientos arqueológicos y los estudios históricos han arrojado mucha información sobre ella. Se sabe, por ejemplo que tuvieron un gran desarrollo de la agricultura, apoyada en un sistema de canales y que en su época de mayor esplendor, entre el 450 y el 650 d. C. la clase sacerdotal ejerció un poder cada vez mayor, lo que se explica por el control de dos productos que comercializaron en todas direcciones: la obsidiana verde de la Sierra de las Navajas, en el actual estado de Hidalgo, y la cerámica anaranjado delgado, que se producía con un característico estilo teotihuacano en el valle de Puebla.
Desde la época de la construcción de la llamada Calzada de los Muertos, a principios de nuestra era, muchos muros de la ciudad fueron decorados con pinturas. La creación de murales supone una compleja organización del trabajo. Se requería la extracción y procesamiento de minerales para encalar y obtener los colores, la producción de aglutinantes como goma de nopal, la enseñanza y aprendizaje del oficio especializado de pintor y el diseño de los temas representados, que muchas veces tenían un simbolismo relacionado con la función del edificio. Su ejecución también requería planeación de etapas y coordinación de tareas.
El Museo de Historia Mexicana resguarda dos pequeños fragmentos murales que provienen del conjunto llamado Techinantitla, ubicado a unos cuatrocientos metros de la Pirámide de la Luna. Son parte de una colección que fue recuperada por el Gobierno mexicano de una colección norteamericana que se trajo desde Australia.
El conjunto de Techinantitla está datado en la fase Metepec, entre 650 a 700 d. C., pocos años antes del colapso de Teotihuacán. Sus departamentos residenciales se asocian con las élites de comerciantes y, de acuerdo con interpretaciones antropológicas fundadas en la evidencia arqueológica, sus murales brindan información sobre un cambio en la organización social durante la última etapa de la gran ciudad. Se considera que la teocracia gobernante había perdido poder frente al fortalecimiento de grupos militares, o bien estaba transformándose en una teocracia militar. Por otra parte, habían aparecido comerciantes enriquecidos que tendían a la individualización, dejando de lado los intereses corporativos de la clase dirigente y los rituales religiosos asociados con éstos.
Los fragmentos que presentamos están pintados al fresco. Sobre un fondo rojo teotihuacano se dibujan las figuras de un quetzal y un coyote, en las que se combinan otros colores característicos: blanco, verde turquesa y ocre. Las procesiones de animales vistieron cenefas y taludes de los muros de la ciudad en distintas fases de su desarrollo, con pequeñas variantes. Los especialistas están de acuerdo en que representaban órdenes militares, pues los animales asociados a ciertas fuerzas cósmicas aparecen vestidos con trajes ceremoniales y, en épocas anteriores a la que nos ocupa, portaban armas, encarnaban actitudes rituales y estaban rodeados por símbolos y glifos asociados a la guerra y a los sacrificios. En nuestros ejemplos sólo reconocemos los fastuosos atavíos de una clase poderosa, pero no son evidentes los atributos militares.
Fragmento de pintura mural, coyote
El primer fragmento representa un coyote, tal y como aparece repetidamente en muchos otros murales. Está delineado con mucha soltura, en color blanco. Sus rasgos incluyen fauces semejantes a las de un ave y pelo, representado por pinceladas cortas y firmes de color rojo oscuro en todo el cuerpo. Porta un tocado compuesto por dos elementos: una serpiente enroscada, con la cabeza sobre la frente del personaje y el crótalo tenso junto a su ojo, y una banda de la que sale un gran penacho de plumas de quetzal. A la mitad del cuerpo aparece una estrella de cinco picos con la cauda descendente, que posiblemente alude a un mito de transformación o es una insignia. Lleva collar y una joya adorna la punta de su nariz.
Fragmento de pintura mural fitomorfa, ave
El segundo fresco muestra un quetzal teotihuacano: compacto, con rasgos geometrizantes y la cabeza hacia arriba. En este caso lleva anteojeras, tiene las alas extendidas y penacho y cola con las plumas recortadas, indicio de que se representa en traje ceremonial. El personaje que lo porta tal vez ejecuta una danza ritual y canta, pues de su pico sale una vírgula de la palabra que se ramifica y florece. Está demarcado por líneas y grecas que parecen completar la composición de una cenefa.