Desde el siglo XVII hasta finales del siglo XIX, las monjas de algunas órdenes religiosas de México, en especial las Concepcionistas y las Jerónimas, utilizaron un medallón de unos veinte centímetros de diámetro sobre el pecho, por lo regular pintado al óleo sobre lámina de cobre, pero algunas veces bordado, y enmarcado en madera o carey.
No se utilizaba cotidianamente, pero en las ceremonias especiales daba una imponente dignidad al hábito, y representaba al mismo tiempo la promesa de las religiosas y una defensa contra las tentaciones del mundo, un «recuerda» y un «detente» bellamente expresados. La imagen era por lo general una advocación de la Virgen María, rodeada por santos de los que era devota la portadora, o emblemas de algún dogma. Muy pocos fueron firmados, pero en general son miniaturas de calidad, con variantes iconográficas muy interesantes.
El tema más frecuente es el de la Inmaculada Concepción, dogma defendido principalmente por los franciscanos y los agustinos, y que encontró resistencia no sólo en el pensamiento de la reforma, sino entre los católicos. La idea es que María, como madre de Dios, debió ser pura siempre: antes, durante y después del parto, por lo que ella también tuvo que haber sido concebida sin pecado original y, por lo tanto, sin contacto carnal. No es de extrañar que las monjas, que habían de guardar el voto de castidad, llevasen en el plexo, como sello de compromiso, proclama y escudo, precisamente la representación de esta idea.
En el primero de los dos escudos que obran en el Museo de Historia Mexicana vemos salir de los pechos de san Joaquín y santa Ana, padres legendarios de María, sendos tallos que se unen en una gran azucena, en la que está de pie María niña, con el cabello suelto, la túnica blanca y el manto azul, que respectivamente simbolizan la doncellez (pues las mujeres casadas se cubrían la cabeza), la pureza y el cielo. La leyenda sobre su cabeza se refiere al cuerpo virginal.
Un poco más arriba se duplica la imagen de la Niña, pero completamente vestida de blanco y más etérea. La sostiene la Santísima Trinidad Divina: Cristo con la cruz, a la derecha; Dios Padre con el bastón de mando, a la izquierda; el Espíritu Santo en forma de paloma sobre su cabeza. La leyenda alude a la elevación del alma virginal.
A la izquierda aparece san Francisco de Asís, con el corazón expuesto y la mano sobre el pecho. A la derecha se representa la imagen de santa Clara, con la custodia en la mano, sostenida con el humeral (paño que evitaba que las manos tocaran directamente el cuerpo divino). La historia cuenta que santa Clara alejó a los enemigos al mostrarles la custodia.