Cuando Tezcatlipoca alumbraba la primera creación, poblada por gigantes, Quetzalcóatl, su gemelo blanco y bondadoso, golpeó la tierra con su bastón y lo derribó. Tezcatlipoca se convirtió en jaguar y devoró a los gigantes. Sólo quedó una pareja de la que nacería la segunda humanidad. Después de una época de oscuridad, Quetzalcóatl tomó la determinación de iluminar nuevamente el mundo, hasta que en un infausto día Cuatro Viento, su hermano lo derribó de un zarpazo. En su caída, la serpiente emplumada se transformó en viento y desató su corte de vientecillos, que azotaron en todas direcciones hasta destruirlo todo. Sólo escaparon algunos hombres convertidos en monos y una pareja primordial, que sobrevivió en el interior de una caverna.

El valor de esta estatuilla tallada radica en la representación de Ehécatl, dios del viento y precursor de las lluvias, con todos sus atributos.

Lleva la máscara de ave o Ehecaxayácatl, por la que soplaba el aire, con colmillos de jaguar; el gorro cónico de piel de jaguar u ocelocopilli, con bandas que caen sobre los hombros, y como pectoral el corte transversal de un caracol o Ehecatlcózcatl, con la espiral que lo representa. En este caso, la figura es sedente. Por lo general, también llevaba un mechón de barba, señal de que era un dios creador, y por lo tanto, viejo.

Ehécatl era el segundo día del calendario ritual. Al dios le correspondía el numeral uno, por lo que su nombre ritual era Ce Ehécatl, uno Viento. Se trataba de una de las advocaciones de Quetzalcóatl. En el continuo de transformaciones del universo mesoamericano, los dioses adoptaban diversas manifestaciones sobrenaturales; no obstante, muchas veces eran imaginados con forma humana y se les reconocía por su indumentaria, máscaras y accesorios, como si fueran personajes de una representación festiva.