Alfredo Ramos Martínez (1871-1946) nació en Monterrey. A los diez años se traslada con su familia a Coyoacán y comienza a estudiar en la Academia de San Carlos. En 1890 inicia una larga estancia en Europa, donde su trabajo recibe atención y reconocimiento.
Cuando regresa a México pueden apreciarse dos facetas en su carrera. Por una parte, asume la dirección de la Escuela al Aire Libre de Coyoacán, donde enseña a mirar el entorno y utilizar el color según los principios del impresionismo; además es director suplente de la Escuela Nacional de Bellas Artes en una época de gran efervescencia política, cargo del que fue destituido por Carranza debido a su filiación huertista. Por otra parte, realiza una serie de retratos de damas que tienen rasgos del simbolismo y el art nouveau franceses: pinta rostros fantasmagóricos de una extrema delicadeza y blancura, con un velo de misterio en los ojos y un efecto de silencio, dulzura y elegancia que parece guardar un secreto. A este grupo de pinturas pertenece el retrato que vemos. Puede observarse que se trata de una mujer de la urbe, pero el artista evita la representación de un entorno físico y presenta una imagen incorpórea, casi etérea.
Ramos volvió a la Academia Nacional de Bellas Artes como director, pero en 1928, debido a los ataques contra sus métodos de enseñanza, renunció al cargo. Luego trasladó su residencia a California, donde realizó obras que siguen algunos principios de la escuela muralista, con evidentes rasgos del art decó en el sentido ornamental y la masiva verticalidad de sus composiciones, además de su impecable técnica y riqueza cromática.