En las primeras sociedades agrícolas, cuando el sustento dependía de las cosechas, y las cosechas de los ciclos de la naturaleza, los ritos de la fertilidad resultaban fundamentales para invocar la buena disposición de las fuerzas naturales. Los cultos religiosos de Mesoamérica eran agrícolas. Estas culturas concibieron y veneraron dioses del agua y de la tierra. Y de la misma manera en que honraban a los mismos dioses fundamentales, había paralelismos en sus rituales. Un ejemplo es la alusión a los atributos femeninos y al miembro viril en los trípodes de la cerámica ritual de distintas culturas, como puede apreciarse en estos tres cajetes de la colección del INAH resguardada en nuestro Museo.
Cuando esta vasija de barro gris fue elaborada en algún lugar de los valles de Oaxaca, la primera fase de Monte Albán aún no existía. El quehacer del remoto alfarero se pierde en una aldea donde seguramente desempeñaba otras tareas agrícolas o domésticas. Quizás aún no se conocía el arte de pintar las vasijas, pero no hacía falta, pues el valor expresivo está en el modelado.
Su concepción formal y su calidad hablan de un oficio especializado. Destaca su solidez y perfecta manufactura, que demuestran el avance de las técnicas de mezcla del barro con desgrasantes, modelado, cocido y pulido. La sobriedad del cuenco contrasta con la morbidez de las exageradas formas de mamas abundantes que le sirven de soporte. Se trata sin duda de un objeto suntuario, pensado para el templo o para casas de la clase dirigente.
Había algo de juego y sentido del humor en la creación de una vasija con soportes de sonaja. Era un motivo cerámico reiterativo: diversos dioses llevaban como parte
de su atavío sonajeros y cascabeles. Xipe-Tótec, una deidad muy antigua en el altiplano Central, fecundaba la tierra con un golpe de su sonajero; Tláloc llamaba a las nubes con su sonaja de truenos para atraer la lluvia, y los danzantes de las fiestas rituales llevaban semillas o caracoles marinos en las pantorrillas.
El ceramista creaba soportes huecos y les hacía aberturas para facilitar la cocción de la pieza. Con el fin de crear la sonaja, introducía una bolita de barro en su interior. El cajete con cascabeles que aquí presentamos proviene justamente del altiplano, de la última época de Tlatilco, o de los primeros basamentos de Cuicuilco, la primera edificación monumental de esta región.
La vasija con soportes peniformes de este conjunto es muy posterior, de la etapa de desarrollo cultural inmediatamente anterior a la llegada de los españoles. Es un ejemplo de la cerámica policromada mixteca tipo códice. El estilo se caracteriza por formas muy redondeadas, y en especial por pinturas narrativas que describen pasajes míticos o históricos. En esta pieza el desgaste superficial no permite identificar el tema de la pintura.
No debe extrañar la elección del motivo para los soportes. En todos los pueblos mesoamericanos se realizaban ritos de autosacrificio para extraer del cuerpo gotas de sangre. La punción del miembro viril con una punta de maguey u otro objeto agudo era práctica común. Se creía que los dioses demandaban estas gotas de sangre para continuar los ciclos de la naturaleza. No obstante, hasta qué punto este cajete era parte de un rito de este tipo, o su diseño cumplía una función simbólica, es aún incierto.