Este retrato está firmado por Valleto & Co. y fechado el mismo año de la muerte de Santa Anna en 1876. Excepto por ciertos toques de color y mínimos detalles, es copia fiel de una fotografía del personaje presuntamente tomada en 1847, mismo año de la guerra México – Estados Unidos en la que se tuvo que ceder gran parte del territorio al país del norte.
Antonio López de Santa Anna Pérez de Lebrón (1794-1876) nació en Jalapa, Veracruz, e inició su carrera militar en las fuerzas realistas, pero en 1821 apoyó al ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide. A lo largo de 38 años participó en más batallas que ningún otro militar de alto rango en nuestra historia. En 1829 derrotó en Tampico a las fuerzas españolas que hacían un último intento de reconquistar México y se elevó a la categoría de benemérito. En 1836 venció a los rebeldes texanos en El Álamo y otras poblaciones, pero posteriormente perdió ese territorio.
Entre 1833 y 1855 fue varias veces presidente de México, alternando entre el partido liberal, el conservador y la dictadura. Es recordado por servir más de lo debido a sus intereses personales, y también por algunas extravagancias. En 1838 perdió una pierna en un enfrentamiento de la guerra de los Pasteles, contra Francia, y la enterró con honores. En 1853 hizo que se le diera el tratamiento de «Alteza Serenísima».
El aspecto desencantado del hombre maduro, impecablemente vestido de civil, recuerda en esta imagen la descripción que hizo de él la marquesa Calderón de la Barca cuando lo conoció algunos años antes, en 1839, durante una visita a su hacienda de Veracruz:
De color cetrino, hermosos ojos negros de
suave y penetrante mirada, e interesante
expresión de su rostro. No conociendo la
historia de su pasado, se podría decir que es
un filósofo que vive en digno retraimiento,
que es un hombre que, después de haber
vivido en el mundo, ha encontrado que todo
en él es vanidad e ingratitud, y si alguna
vez se le pudiera persuadir en abandonar su
retiro, sólo lo haría, al igual que Cecinato,
para beneficio de su país. Es curioso cuán
frecuente es encontrarse una apariencia de
filosófica resignación y de plácida tristeza
en el semblante de los hombres más sagaces,
más ambiciosos y más arteros.
Los hermanos Julio, Guillermo y Ricardo Valleto, hijos de un actor teatral de origen español que en su madurez se dedicó al comercio en Veracruz, establecieron su primer estudio fotográfico en La Ciudad de México en 1864. Su negocio tuvo una creciente prosperidad desde entonces y a lo largo de toda la época porfiriana, pues ofrecía los últimos avances en la técnica y el arte fotográficos, de manera que tanto políticos encumbrados como familias acomodadas solicitaban sus servicios. Su segundo y definitivo estudio estaba ubicado en la 1a. calle de san Francisco núm. 14, hoy avenida Madero, en el centro de la capital.
Los tres hermanos habían nacido en la década de 1840, por lo que la fotografía que es la fuente original de este retrato no era obra suya. El estudio seguramente vio una oportunidad comercial en reproducir la imagen del influyente general en ocasión de su fallecimiento, y utilizó una técnica de ampliación para que un artista de su propio taller la delineara y pintara.
La firma que se lee sobre el hombro derecho de la figura es igual a la de la leyenda que aparecía impresa al reverso de algunas de las fotografías de los Valleto, donde también figuraba una ilustración de medallas con las cartelas: «Mención Honorífica Exposición de Bellas Artes en París 1876» y «Medalla de Plata París 1889», así como el domicilio del estudio y una advertencia publicitaria: «Este retrato u otro cualquiera puede amplificarse al tamaño natural». En esta época la fotografía aún no podía lograr placas del tamaño de este óvalo, por lo que los estudios fotográficos se valían de la habilidad de pintores para lograr ampliar e incluso colorear los retratos.