Existen numerosas fotografías de Sebastián Lerdo de Tejada (1823-1889), presidente de la República entre 1872 y 1876, que lo presentan con similar expresión en la época de su ejercicio del poder. Este retrato pudo haber sido realizado tomando alguna como modelo, pero su originalidad y valor radica en estar realizado en caligrafía, gran parte de la cual está dedicada a transcribir las leyes de Reforma.
El trabajo de dibujo y de dar luz y sombra a la imagen se realizó utilizando agua para aclarar la tinta, o bien apretando con rasgos más agudos la escritura. El virtuosismo del calígrafo incluye la definición de una franja horizontal de varios centímetros, que atraviesa el rostro de lado a lado, pero sin alterar la fidelidad del retrato. Con la misma técnica caligráfica, Lizardi realizó un retrato de Benito Juárez que es compañero de éste. Se encuentra en el recinto dedicado a la memoria de Juárez dentro del Palacio Nacional. No sabemos si ambos se dibujaron exclusivamente para rendir homenaje a los promotores y defensores de la Reforma, o estaban destinados a otro fin que quedó inconcluso, como el de servir como sellos o marcas de documentos o papel moneda.
Sebastián Lerdo de Tejada fue un liberal culto y un político de ideas radicales. Su hermano Miguel Lerdo de Tejada fue el creador de la ley de desamortización de los bienes de manos muertas de 1856, que generó la oposición que finalmente llevó a la guerra de Reforma. Junto con Juárez, don Sebastián defendió la soberanía nacional y la República contra la invasión francesa y el segundo Imperio. A la muerte del benemérito en 1872, asumió la presidencia interina y fue electo oficialmente en diciembre del mismo año, pero cuando intentó reelegirse, en 1876, Porfirio Díaz tomó el poder mediante el levantamiento del Plan de Tuxtepec.
Lerdo trató de ejecutar el proyecto liberal de las leyes de Reforma, con la separación de Iglesia y Estado y la educación laica. Durante su mandato se puso en funcionamiento la primera línea de ferrocarril entre México y Veracruz, lo que significaba el inicio de otro de los proyectos de progreso acariciados por los liberales: mejorar las comunicaciones. Murió en Nueva York, donde radicó desde su salida del poder.