La máscara mortuoria es una copia fiel del rostro de una persona fallecida recientemente, obtenida mediante la siguiente técnica: se pone algún tipo de aceite espeso sobre el rostro del difunto, aplicando encima yeso o cera. Este molde es el negativo, del cual posteriormente se obtiene un positivo en yeso o bronce. En el caso de éstas últimas se corrige cualquier defecto antes de vaciarla.
Se tiene conocimiento de que las máscaras mortuorias existían desde el antiguo Egipto, pero algunas fuentes indican que la Edad Media fue la época durante la que se propagó esta moda entre las clases sociales pudientes; la realización de las máscaras persistió hasta el siglo XIX, en particular en el funeral de los grandes hombres.
Sin embargo, hay que precisar que durante el siglo XVII no se esperaba el momento de la muerte para obtener la representación y se hacía el molde en vida del sujeto.
La obtención de este tipo de máscaras mortuorias fue muy popular en el siglo XIX en México, perdiéndose paulatinamente el interés por hacerlas. En el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, se encuentran doce de ellas, entre las cuales están la de Napoleón, Maximiliano, Álvaro Obregón, Benito Juárez, así como de otros personajes.
Benito Juárez García murió el 18 de julio a consecuencia de una angina de pecho. Tenía 66 años y aún ejercía como presidente constitucional de México cuando falleció. Su cuerpo fue embalsamado y expuesto durante tres días en el Salón de Embajadores de Palacio Nacional. Posteriormente se le hicieron unas fastuosas exequias.
La máscara mortuoria la tomó después de su muerte, Juan Manuel Islas, quien aplicó técnicas precisas en su elaboración, ya que presentan todas las características de la piel, tales como arrugas, piel porosa, verrugas y cicatrices.
En ocasiones las máscaras mortuorias se empleaban como medios a partir de los cuales elaborar un posterior retrato de la persona en cuestión; en otros casos, estos objetos se conservaban después de que hubieran sido utilizadas como modelos, sino que se volvieron objetos preciados y reclamados por un nuevo público que ansiaba conservar y coleccionar el rostro en yeso de la persona que admiraba.