Se conserva en un estuche de madera un pañuelo con manchas de sangre repetidas simétricamente, evidencia de que cuando la absorbió estaba doblado. Se supone que perteneció a Maximiliano, si bien lleva el monograma distinto del escudo imperial, compuesto por una «M» bordada en un semicírculo formado por dos reptiles.
Diez años después del fusilamiento, dos notarios dieron fe de la declaración del oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, un general de brigada que había sido fiscal en la causa contra Maximiliano, y otro general de brigada que era al mismo tiempo diputado, todos los cuales, bajo palabra de honor, firmaron el texto que está impreso por triplicado en el pañuelo que vemos:
Certifico. Como testigo ocular, que el presente
pañuelo es el mismo que llevaba el Archiduque
Fernando Maximiliano de Hapsburgo al ser
ejecutado en Querétaro el 19 de Junio de 1867; que
las manchas de sangre que en él se notan, son de la
que vertió el Archiduque por las heridas que recibió
en la misma ejecucion, y que al desnudársele para
embalsamarlo, se entregó dicho pañuelo al Asesor,
lic. D. Joaquín M. Escoto quien lo ha conservado
hasta la fecha [sic].
México, Mayo 15 de 1877
Más adelante, en 1906, otro notario certificó la autenticidad de los sellos y firmas de los testigos y notarios participantes.
No obstante que la legitimidad de la atribución ha sido puesta en duda por un estudio científico reciente, este pañuelo, que pudiese proceder efectivamente de los fusilamientos del cerro de las Campanas, adquiere significación histórica por su potencial para evocar el episodio de la muerte de Maximiliano y los valores y afectos de quienes tuvieron interés en preservarlo como reliquia. Asimismo, despierta curiosidad sobre la intención que pudiese estar detrás de la declaración de los altos funcionarios públicos que certificaron su autenticidad.
El Museo de Historia Mexicana solicitó un estudio de ADN para determinar la procedencia étnica de la sangre que mancha el pañuelo. la prueba identificó que su origen es amerindio, de un tipo frecuente en la población mestiza de México, lo que invalida la certificación de los testigos de 1877, pero propone una nueva pregunta sobre quién pudo portarlo el día de la magna ejecución –si damos por cierta su procedencia– y qué heridas lo impregnaron. Tres hombres que llevaban la «M» en su nombre murieron ese día, un caucásico, un mestizo y un indígena, los tres tenían fervientes seguidores, y los tres fueron embalsamados.