Introducción
Semejante a un pequeño arcón o gabinete con estilizadas patas de garra y contornos neoclásicos, este mueble puede transformarse en una cama, ya que contiene cuatro patas adicionales, para hacer un total de ocho; cabecera y pie de cama; tablones para colocar el colchón, y un conjunto de palos seccionados que se ensamblan para armar el mosquitero. El compacto empaque permitía guardar todas las piezas para trasladar el lecho en caso de viaje, o bien para adosarlo a un muro como mueble auxiliar, en caso de haber huéspedes. Esta última función está sugerida por la delicadeza de las patas, pues de haberse utilizado para viaje por tierra, éstas supondrían un difícil acomodo como equipaje en el convoy de mulas o carretas que solía acompañar a los viajeros, o en el estrecho espacio para equipaje de las diligencias.
El diseño y la factura del mueble evidencian la maestría en un oficio de larga tradición artesanal. Está elaborado en maderas diversas, y pintado con la técnica de laqueado, en este caso en el estilo de Pátzcuaro, con flores grandes en tonalidades que van del rojo al amarillo y pinceladas doradas sobre un fondo negro. En Michoacán se incorporaron durante la época novohispana los estilos decorativos de los muebles que llegaban de Oriente, combinándose con la tradición de lacas prehispánicas y con las formas de los muebles europeos. los muebles laqueados parecen haber sido muy apreciados; si bien el ejemplar que se presenta es relativamente modesto, los palacios novohispanos del siglo XVIII se proveían de piezas similares:
“Las recámaras y alcobas ostentaban,
en primer término, una cama de postes
tallados y dorados, con goteras de damasco;
o bien, de madera pintada de verde o rojo
y con paisajes, llamadas «de cabecera»; un
baldaquín con crucifijo; una pila de plata o
loza talaverna para agua bendita; roperos
de caoba, cedro o «chinescos»; lavamanos;
y varias sillas o taburetes, sin olvidar los
lienzos y láminas de Santos [sic].”
Fuera de los grandes palacios, las casas de finales del siglo XVIII y de principios del XIX contaban con un mobiliario austero y, cuando cumplían con las reglas que dictaba la hospitalidad, muchas veces requerían improvisar las comodidades necesarias para los huéspedes. los viajeros difícilmente podían encontrar mesones y, de hallarlos, tenían que instalar ahí sus propios lechos. Mathieu De Fossei, entre otros viajeros del siglo XIX, dejó testimonios de que en las primeras décadas del siglo XIX los mesones «carecían de camas y los viajeros dormían en el suelo utilizando sus sarapes, sus ropas o un colchón ad hoc».Hacia 1830 se establecieron Casas de la Diligencia para quienes utilizaban ese medio de transporte, pero éstas solamente se encontraban en las rutas más transitadas.
Manuel Payno, en una carta de 1843, describe con humor su estancia de una noche en uno de estos albergues, de la ruta entre México y Veracruz, relatando las quejas de uno de los huéspedes por los ronquidos de otro. Y respecto a la cama, que en este caso sí era parte del hospedaje, comenta con elegante ironía: «Debe hacerse el elogio del colchón y de las almohadas, pues más bien parecen de cantería que de lana»,7 ya que de lana o algodón se estofaban los colchones de la época.
Un par de años antes que Payno, y con su particular minucia para describir los detalles cotidianos, la marquesa Calderón de la Barca brinda valiosa información sobre los distintos preparativos que debían tomarse para encontrar hospedaje y comodidades para dormir en una ruta que no era de diligencias, la de México a Cuernavaca y a «tierra caliente», en tiempos de revueltas políticas y bandidos. En las cambiantes etapas de su viaje, los marqueses y sus acompañantes deben solucionar de distintos modos dónde pasar la noche, circunstancias que debieron ser comunes a otros viajeros de la época.
Madame Calderón describe el interior de una hacienda en Atlacomulco, que tiene plantaciones de café y de caña, de esta manera:
“…un gran edificio de piedra […]; su solidez
es bastante para resistir un sitio; los pisos
son de ladrillos pintados; largas mesas de
pino, bancas de madera, sillas pintadas,
y las paredes encaladas; uno o dos catres
pintados o de hierro, que sólo se arman
cuando son necesarios; con muchos
aposentos vacíos, cocina y piezas exteriores.”
Al salir de este lugar, la dama –de origen escocés y esposa del embajador español–, comenta que, por no haber posadas en la región, deben proveerse de cartas de recomendación para los propietarios de las haciendas de la región. En su ruta se hospedan sin problema en una rica hacienda que tiene escaso mobiliario en prevención de ocupaciones militares; en una posada en Toluca que no les presenta problemas, y en una casa muy agradable de un administrador europeo de empresas mineras, pero en algunos puntos del camino encuentran mayores dificultades. Al describir una jornada en el pueblo de Tajimaroa, en el sur de Michoacán, comenta:
“Nos fuimos derecho al mesón, en el cual no
encontramos más que dos cuartos vacíos y
lóbregos, con piso de tierra, sin ventanas; en
rigor, sólo las cuatro paredes, sin una banca,
ni una silla, ni una mesa. A pesar de que
viajamos con nuestras propias camas, era
el sitio tan repelente […], que en volviendo
nuestros ojos anhelantes vimos una casita
muy atractiva situada en lo alto de la colina.”
En esa casa son recibidos para la cena y se da hospedaje a las señoras, pues solamente hay una habitación disponible. los caballeros deben acomodarse en otra casa y los criados, las mulas y los caballos se quedan acuartelados en el pueblo: «Cerca de las nueve los caballeros se fueron a sus alojamientos, y a nosotras nos hicieron las camas en el mismo gran aposento donde habíamos cenado…».
Como se observa en estos pasajes, un viajero ligero de equipaje requería al menos llevar un colchón, sarape o «saco de viaje»9 para poder dormir cómodo en cualquier posada a la que llegara. los caballeros, familias acomodadas y oficiales militares cargaban con camas desarmadas.
Sin embargo, y dado que las haciendas tenían por costumbre recibir a los viajeros que iban de paso, especialmente cuando eran personas «de calidad», no sería de extrañar que en algunos casos contaran con muebles auxiliares, como la cama de la colección del Museo de Historia Mexicana. Por otra parte, la pieza también pudo concebirse para formar parte de un ajuar destinado a una región apartada, donde no fuera posible encontrar carpinteros ni muebles fabricados.