A todo lo largo de la pieza de marfil se talló el cuerpo del magnífico Cristo expirante que vemos aquí. La curvatura del colmillo produce el efecto de un cuerpo crispado por el sufrimiento. Ahí mismo están tallados el paño de pureza y la corona de espinas. Los brazos y las partes laterales del paño, que se anuda sobre la cadera derecha, se han tallado por separado.
Los rasgos son característicos de los crucifijos hispano-filipinos. Los ojos son almendrados y los párpados inferiores abultados; la nariz, recta y breve. El cuerpo se apega a las proporciones orientales, con brazos más largos y piernas más cortas. La cara está vuelta hacia el cielo, con una expresión dolorosa, pero apacible.
El cabello, la barba y el bigote caen ondulados, un rasgo que no es oriental y que permite dar un contraste de texturas en torno al rostro. La corona de espinas está compuesta de tres guías entrelazadas. Las manos tienen doblados los dedos anular y meñique, haciendo el gesto de la Santísima Trinidad. Los antebrazos están surcados de venas largas y finas. En este caso, sólo los ojos tienen un toque de color. Normalmente las cruces se tallaban en la Nueva España. Las vides enredadas son un motivo barroco muy frecuente. representan la promesa de resurrección y un llamado a la fe en Cristo. «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 1-6).