Otro escudo presenta a la Inmaculada Concepción según las convenciones inauguradas en el siglo XVII por el pintor Francisco Pacheco, adoptadas por todos los artistas del barroco español. La Virgen aparece en una apertura de gloria, que en este caso la enmarca en delicados tonos ocre. Lleva el cabello suelto sobre los hombros, túnica blanca y manto azul, y está parada sobre la media luna, como la visión del Apocalipsis, lo que la muestra triunfante sobre el mundo y reina del cielo. En lo alto Dios Padre, a la izquierda, y Jesucristo, a la derecha, sostienen la corona sobre su cabeza.
A diferencia de la iconografía de Pacheco, aquí la Virgen no tiene su planta sobre la serpiente, símbolo del pecado. El artista representa no sin humor a san Francisco de Asís sosteniendo a la Inmaculada, con el esfuerzo evidenciado en su rostro, asido con una mano a la punta del manto de María para implorar su ayuda, y con la otra deteniéndose en la media luna.
La representación del santo de Asís como Atlas también se había vuelto convencional, pues aludía a la misión franciscana de cristianizar el mundo y, en este caso, al papel fundamental de la orden en la defensa del dogma de la inmaculada concepción de María, pues se debe al teólogo franciscano Duns Scoto (1266-1308), catedrático de la Sorbona, la brillante refutación de doscientos argumentos contra esta creencia.
Del lado derecho, de abajo hacia arriba, aparecen santa Teresa de Ávila, san Antonio de Padua y san José con el Niño. Del lado izquierdo están santa Catalina de Siena, con estigmas en las manos alzadas en actitud de contemplar una revelación; posiblemente san Bernardo de Claraval, y san Agustín.