Los muros interiores de los templos de Palenque estaban decorados con tableros de piedra caliza, muy abundante en la región. Este fragmento muestra a dos jóvenes de la clase noble en un ritual. La composición es simétrica, equilibrada y fluida. El paralelismo de las figuras tiene un efecto rítmico. Ambas portan tocados, collares con pectoral y bolsas de copal. sus rostros se inclinan en direcciones opuestas, pero con una misma actitud. Es posible percibir el estado de recogimiento y silencio, si bien la posición de brazos y cabezas parece detener un instante de cadencia suave y lenta.
Según Beatriz de la Fuente, la escultura arquitectónica maya se ordenaba de acuerdo con su cosmovisión en tres planos: la parte inferior correspondía al inframundo, el tablero a la tierra y la banda superior al cielo.
Los tableros representaban figuras humanas en forma naturalista, lo que demuestra un culto a la individualidad. Aquí las figuras esbeltas proveen la escena de un sentido de refinamiento y espiritualidad. Estos personajes pertenecen a una clase que no parece preocupada por el mundo material, y se ha dicho que su apariencia tiende a lo femenino.
Las figuras verticales y ligeras rompían con la masiva horizontalidad de las construcciones, creando un armónico contraste. Los mayas no cultivaron la pintura como género independiente, pero eran expertos dibujantes. El delineado de sus bajorrelieves ofrece la ilusión de volumen y movimiento.