La escuela neoclásica francesa revivió la costumbre de la antigua Roma de esculpir bustos de personajes ilustres en mármol, o bien formarlas en yeso o en terracota para vaciarlas en bronce, material escultórico por excelencia por su relativamente sencillo proceso de fundición, sobria apariencia y resistencia.
Este bronce del general Porfirio Díaz (1830-1915) posiblemente es de la última década del siglo XIX, cuando cumplía su tercer o cuarto periodo como presidente de México, de los seis que llegaría a ejercer por sucesivas reelecciones. Después de alzarse con el plan de Tuxtepec para evitar que se reeligiera Sebastián Lerdo de Tejada en 1876, Díaz gobernó de 1876 a 1880 y, luego del periodo de Manuel González, de 1884 a 1911, cuando fue forzado a renunciar por la Revolución mexicana.
El prócer de las batallas de Puebla, Miahuatlán, La Carbonera y, sobre todo, del 2 de abril de 1867; el gobernante capaz de mantener la paz en el país, es presentado como un hombre maduro que porta uniforme con insignias militares y está enmarcado en la parte inferior por el laurel de la victoria. Sobre su pecho luce la cruz de Constancia de Primera Clase, que se otorgaba por más de treinta años de servicio; la medalla de la Batalla de Puebla, y placa del Sitio de Puebla. Sus hombros están adornados por charreteras y cruza su torso la banda presidencial. Su expresión está marcada por el ceño levemente fruncido y la altivez y adusta serenidad que caracterizan la mayor parte de sus retratos.
El general Díaz fundaba la legitimidad de su poder en sus méritos militares de la Guerra de Reforma y la lucha contra la Intervención francesa, que lo proclamaban como defensor de la constitución laica del Estado y la soberanía nacional.
Durante su largo gobierno, Díaz recibió más condecoraciones que ningún otro jefe de Estado en la historia de México, sumándose a las de sus triunfos en campaña y años de servicio militar las que se le otorgaron como reconocimiento de otros gobiernos; las insignias y medallas son un atributo fundamental de su iconografía.
A lo largo de tres décadas se realizaron numerosas esculturas y pinturas del general Díaz, que difundieron la autoridad de su persona en los distintos recintos públicos de todo el país, e incluso en las residencias y oficinas del círculo vinculado y beneficiado por él; la gran mayoría de estos retratos lo presentan como militar. Un segundo busto que pertenece a la colección del Museo de Historia Mexicana está elaborado en terracota y barnizado como si se tratara de un bronce. La concepción es muy similar a la descrita arriba, pero en este caso lo enmarca el águila con las alas extendidas como emblema de la Nación.
En la misma colección existe además un mármol gris que lo muestra en traje de campaña, con un capote y actitud meditativa, a la manera romántica, así como una pintura de sus últimos años, realizada por Joaquín Romero, donde se le puede ver en traje de civil, con la tez clara que fue adquiriendo en sus imágenes tardías, y un porte aristocrático.
Diversos artistas de la Academia de San Carlos esculpieron retratos del general Díaz, como Gabriel Guerra y Jesús Contreras. La persistencia de los atributos indica que posiblemente quienes realizaron los que aquí se muestran trabajaron a partir de los mismos modelos, o bien de las fotografías que circulaban en formato de tarjeta postal.