Introducción
Arte e Imperio. La edad de oro de España
A partir de 1492 y durante casi tres siglos, el poder político de España no tuvo parangón, aunque el país continuó al margen de Europa geográfica y culturalmente. Con una tradición enriquecida por el legado romano, islámico y judaico, la España católica del Siglo de Oro hacía gala de una enorme variedad cultural. El mecenazgo artístico recaía en la monarquía, la Iglesia y la nobleza. En el periodo que precedió en el Siglo de Oro (en torno a 1600–1700), entre los mecenas más influyentes predominaba el gusto por la pintura italiana y flamenca, que ensombrecía la obra de la mayoría de los artistas de la península ibérica.
Los artistas y objetos recorrían el mundo como nunca antes; los artículos y tejidos de lujo pasaban a raudales por la aduana de Sevilla, puerta de la monarquía para América y Oriente.
Arte e Imperio ofrece una redefinición del siglo de Oro como fenómeno mundial y diverso que incluye la producción artística del mundo hispánico más allá de la península ibérica. A pesar de su supremacía mundial, el intercambio cultural fue dinámico y multidireccional. Se compartían ideas y formas, pero los estilos y la producción estaban lejos de ser uniformes.
La Imagen Cortesana
El retrato era una potente herramienta de propaganda en el mundo de la Edad Moderna temprana, sobre todo en las cortes reales de Europa. En España, se utilizaba para refrendar el reinado de los monarcas y sus herederos sobre decenas de territorios repartidos por todo el mundo. El retrato era una prueba visual de la legitimidad de los gobernadores, virreyes y jerarcas de la Iglesia. A menudo, los principales retratistas eran también cortesanos que desempeñaban cargos diplomáticos o de otro tipo, como Sofonisba, Rubens y Velázquez. Los protagonistas de los retratos que presentamos a continuación trazaron el camino de la historia, tanto la imperial como la cultural.
El Auge del Naturalismo
En torno a 1600, emergió en el arte español un nuevo naturalismo gracias a una confluencia de factores como la importación de pinturas de género y naturalezas muertas italianas y flamencas. Las escenas de mercado y de cocinas, conocidas como “bodegones” por artistas como Velázquez y Sánchez Cotán, eran especialmente populares. La llegada de pintores como los hermanos florentinos Carducho contribuyó también a desplazar el gusto artístico hacia el realismo, incluso en las representaciones religiosas. En Andalucía, la rica tradición de la talla policromada, vehículo perfecto para representar de forma muy realista la carne y la sangre, influyó en pintores como Zurbarán y su efecto se prolongó durante más de un siglo.
El Arte al Servicio de la Fe
Como factor decisivo en su lucha por invertir la tendencia de la Reforma protestante, la Iglesia católica definió estrategias concretas para las artes visuales en el Concilio de Trento de 1563. El objetivo era instruir a los fieles, independientemente de su nivel educativo, y cultivar la piedad. Con una narrativa clara y apelando directamente a las emociones humanas, las obras de arte tenían la capacidad para instruir, inspirar y deleitar los sentidos. España, con una dimensión territorial sin competencia, fue la principal impulsora de la Contrarreforma en el mundo. La iconografía de ciertos santos, como Santiago o San Miguel, podía adaptarse para relacionarla con la cultura de las audiencias locales e indígenas. Los cultos regionales, como el de la Virgen de Guadalupe en México, se convirtieron en fenómenos globales mediante el impulso de las artes visuales.
El esplendor de la vida cotidiana y los materiales de todo el mundo
Obras de arte como crucifijos, manuscritos, retratos de antepasados o escribanías profusamente decoradas desempeñaron funciones importantes en la vida doméstica del mundo hispánico. La porcelana china era de uso corriente hasta en los hogares modestos gracias a los cargamentos que transportaban galeones procedentes de Manila todos los años. La llegada de mobiliario japonés a México inspiró una nueva forma artística, el biombo, decorado con escenas de género e históricas. Estos objetos, además de la plata, oro, esmeraldas, plumas y mobiliario de América, eran muy apreciados y conservados en las casas nobles de ambos lados del Atlántico.