La celebración del centenario de la Revolución mexicana en 2010 constituyó una ocasión propicia para reflexionar en torno al fenómeno fotográfico que desató el proceso revolucionario.

Dada la complejidad y abundancia de la producción fotográfica en torno a la lucha armada y, sobre todo, en vista de la escasez de estudios sistemáticos sobre ella, Miguel Ángel Berumen, historiador de la fotografía, se avocó junto con un equipo interdisciplinario a brindar diferentes perspectivas a este episodio de la historia nacional.

Como resultado de esos estudios surgió la exposición La Revolución mexicana. Un Valse Triste, que el Museo del Noreste se complace en presentar.

La fotografía y el cine son parte esencial del lenguaje del siglo XX. Y aunque pertenecemos a una generación altamente influenciada por ella, no nos detenemos a reflexionar mucho sobre su verdadero significado e incluso rara vez cuestionamos el conocimiento que adquirimos por esa vía. Llegamos al grado de aceptar, sin discusión alguna, que una imagen dice más que mil palabras.

Han pasado más de 150 años desde que apareció por primera vez la fotografía; hace 104 se tomó la primera imagen de la Revolución mexicana. Se sabe que son más de 400 los fotógrafos que documentaron aquel capítulo de la historia de México, y su valor como documento histórico sigue siendo subestimado, con un uso, en la mayoría de los casos, impreciso e ineficaz.

Este eje es una invitación a indagar el porqué sólo ciertas fotografías, en especial las del archivo Casasola, colonizaron el imaginario de la nación a lo largo de una centuria y como la reiterada edición y distribución de esas imágenes que inspiró a no pocos pintores, artistas gráficos, novelistas y cineastas, acabaron por convertirse en una especie de monumento nacional intocable e inamovible que sepultó por muchos años cualquier intento de ver y abordar la Revolución mexicana desde otra perspectiva.

Este capítulo es un intento por encontrar el orden perdido en el trastorno de esa memoria y por explicar cuál fue el papel que jugó la fotografía en la dimensión cultural que tuvo la revolución política. En ese sentido también es una advertencia contra el peligro que implica la monopolización de la mirada o la explicación de un hecho histórico a partir de una sola perspectiva, por eso propongo una revisión de la Revolución mexicana a través, no de una, sino de cientos de miradas.

La preocupación por describir el significado de los cambios tanto en la recepción como en la percepción de las obras de arte por efecto del uso de las nuevas tecnologías reproductivas adquieren un nuevo interés de cara a los profundos cambios tecnológicos implicados por las tecnologías electrónicas y digitales de la imagen.

Cabría preguntarse si las nuevas tecnologías tienen o no calidad y permanencia, si se amenaza la producción artística o no, si los cambios son tan profundos que cabría hablar de la muerte del medio y, en consecuencia, del nacimiento de otro medio, etcétera. A este respecto cabe comentar que, independientemente del impresionante y efectivo cambio de la práctica fotográfica en el ámbito mediático y comercial, estos debates ponen en relieve una cuestión que yace en la misma esencia de la fotografía: en su natural e inevitable calidad de tecnología mutable y siempre cambiante.

Siempre se ha especulado sobre la influencia de la fotografía de la Revolución mexicana, en especial de las del archivo Casasola en otras artes. Hay claras muestras de ello en la pintura y también las hay, aunque menos claras en la literatura, y no se diga en el cine. Elia Kazan el famoso cineasta hollywoodense de origen griego confesó haberse basado en las fotografías de Casasola para su película Viva Zapata: “Nunca he trabajado tanto con fotografías como en Viva Zapata. La serie Casasola fue mi inspiración para esa película. Me dio sentido y medida de la realidad”.

El pintor Mario Orozco Rivera aseguraba que era relativamente fácil ver imágenes fotográficas de Casasola en la obra de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y la suya propia. Aseguraba que el 80% de los personajes del mural que Siqueiros pintó en el Castillo de Chapultepec está inspirado en fotografías de la Revolución.

Después de la publicación del Plan de San Luis en 1910, y aún después de los primeros disparos nadie podía prever hacia dónde, con qué magnitud y duración sería el levantamiento maderista. Muchos pensaron que iba a terminar sofocado de un momento a otro. En esta natural incertidumbre la mayoría de los editores de los periódicos de la capital, decidieron dejar pasar un tiempo razonable antes de decidirse a mandar a sus corresponsales y fotógrafos al frente de guerra, sin embargo, los combates, batallas y escaramuzas iban en aumento, y se extendían en todo el país como un reguero de pólvora.

Los fotógrafos aficionados y profesionales de estudio, no esperaron más y decidieron salir a las calles y campamentos a documentar los levantamientos. Hay suficientes testimonios para asegurar que entre noviembre de 1910 y enero de 1911 ya se habían tomado cientos de fotografías, varias de ellas en Baja California y Chihuahua.